Brasil llega al final de la campaña electoral más polarizada y violenta de las últimas décadas, con el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) y el actual mandatario, Jair Bolsonaro, en una disputa abierta por la presidencia.

Luego de un mes dominado por acusaciones entre los candidatos de vínculos con el crimen organizado, satanismo, canibalismo, pedofilia, y, sobre el final, una denuncia de Bolsonaro al Tribunal Superior Electoral por supuestas irregularidades en la propaganda electoral de radio -rechazada por falta de pruebas-, la aguja se movió poco.

Los sondeos han mostrado un escenario de estabilidad, con pequeñas oscilaciones desde la primera vuelta del 2 de octubre hasta este domingo, con Lula da Silva como favorito, sosteniendo una ligera ventaja sobre el presidente, de entre 4 y 6 puntos, apenas arriba del margen de error.

El debate del viernes en la TV Globo, considerado la última oportunidad para que se sacaran ventajas, terminó en decepción. Analistas consideraron el cruce como un “antidebate”, centrado en agresiones mutuas y casi sin sorpresas.

Pese a la ventaja de Lula, con el antecedente de la primera vuelta -cuando las encuestas subestimaron el nivel de apoyo a Bolsonaro-, resulta difícil, según analistas, dar por sentenciado el pleito.

Aparecen, en cambio, dos claves que serán determinantes para conocer cuál será el resultado final este domingo: el nivel de abstención, con especial impacto en el noreste, y la transferencia de votos en la región sudeste, donde Lula y Bolsonaro, que consiguió apoyos clave tras la primera vuelta, centraron sus campañas.

Abstención y el foco en el noreste

Uno de los principales desafíos de ambas campañas fue movilizar a sus simpatizantes para que vayan a las urnas.

En la primera vuelta, el nivel de abstención llegó al 20,9%, un poco más alto que en 2018. En números, fueron 32,7 millones de electores que no sufragaron, cinco veces la diferencia que Lula consiguió sobre el presidente el 2 de octubre.

La abstención tiende a ser mayor entre el electorado más pobre y menos escolarizado, para quien el costo de trasladarse al centro de votación suele pesar. Es, en teoría, un electorado más alineado con Lula, por lo que un mayor nivel de ausentismo lo perjudicaría, explicó a LA NACION Paulo Calmon, politólogo de la Universidad de Brasilia. “Si van a votar en masa, será el factor que le dará la victoria a Lula”, aseguró Calmon.

Por eso, la campaña del PT entró con una presentación al Supremo Tribunal Federal que habilitó a las 27 capitales del país a fijar la gratuidad en el transporte público el domingo, e inclusive algunos estados del noreste dispusieron gratuidad en transportes intermunicipales.

Pero vista desde la perspectiva geográfica, en la primera vuelta el mayor nivel de abstención se dio en la región sudeste, mayoritariamente bolsonarista y con los tres mayores padrones de Brasil: San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro. Una abstención alta allí podría perjudicar también al actual mandatario.

Históricamente, el ausentismo suele subir entre la primera y la segunda vuelta, cuando ya no se vota por diputados ni senadores y, en algunos estados, tampoco para gobernador.

El peso de apoyos para transferir de votos en el sudeste

Minas Gerais, el segundo mayor colegio electoral del país, es considerado el termómetro nacional. Quien gana allí, suele llevarse la elección.

En la primera vuelta, Lula ganó allí por 46% a 42% de Bolsonaro, casi una réplica del resultado nacional, 48% a 43%.

Ambos candidatos se esforzaron en mostrarse en Minas tras la primera vuelta, con cinco visitas de Bolsonaro y tres por parte de Lula antes del cierre oficial de la campaña, el jueves.

Tras el 2 de octubre, Bolsonaro recibió el apoyo del gobernador reelecto de Minas, Romeu Zema, del partido Novo, quien hizo campaña luego de mantenerse neutro en la primera vuelta.

En el sudeste, donde se concentra el 40% del electorado, Bolsonaro contó, además de apoyo de Zema, con el respaldo del gobernador de San Pablo, Rodrigo García, y del reelecto gobernador de Río de Janeiro, Claudio Castro, del mismo partido que el presidente.

“El sudeste se convirtió en el campo de batalla preferido, y la estrategia de Bolsonaro para contrarrestar los apoyos que consiguió Lula de candidatos derrotados, como Simone Tebet y Ciro Gomes, fue apoyarse en las máquinas electorales de los tres mayores estados”, dijo Leandro Consentino, profesor del Insper de San Pablo.

Así como en el caso de Lula, ampliar la ventaja en el noreste puede inclinar la contienda a su favor, Consentino dijo que para que el presidente aspire a una remontada, deberá ampliar su ventaja en San Pablo, donde el 2 de octubre le sacó a Lula 1.750.000 votos, y revertir el resultado de Minas.

El impacto de los traspiés de Bolsonaro en la recta final

En el tramo final de la carrera al ballottage, hubo una inversión de ánimos entre el comando de campaña de Lula y de Bolsonaro.

Tras la primera vuelta, el optimismo dominaba al bolsonarismo, con noticias positivas en la economía y apoyos significativos como el del astro brasileño Neymar, que configuraban un escenario de “remontada” registrado en los sondeos de la anteúltima semana.

Pero hubo dos hechos que cambiaron el clima.

El episodio del exdiputado Roberto Jefferson, aliado de Bolsonaro que recibió el domingo pasado a tiros a agentes de la policía que cumplían una orden de arresto, causó un daño desconocido para la campaña del presidente, que identificó el hecho como una dificultad más para ganar votos indecisos y moderados.

Por otro lado, el diario Folha de S. Paulo reveló una propuesta del ministro de Economía, Paulo Guedes, de desindexar los ajustes del salario mínimo y las jubilaciones a la inflación, tema explorado por la campaña de Lula. Guedes negó esa posibilidad y Bolsonaro cerró la semana prometiendo un aumento real para 2023 en el debate, algo no contemplado en el presupuesto.

“Los episodios de la última semana obturaron una ola pro-Bolsonaro que estaba gestándose. No se registró una pérdida grande en los sondeos, pero pudo haber bloqueado una remontada”, dijo Consentino.