Jesús no señaló con el dedo ni acusó a Judas durante la última cena. Prefirió hablar de modo que cada discípulo se mirara a sí mismo, y surgió la pregunta que atraviesa los siglos: «¿Seré yo?». Catequesis del Papa León XIV. Aunque podamos fallar, Dios nunca nos falla. Su amor —humilde, herido y fiel— nos levanta para vivir no como traidores, sino como hijos siempre amados”, dijo.
Jesús no condena, ama
El Santo Padre destacó el dramatismo de la escena relatada por San Marcos, cuando Jesús anuncia que uno de los Doce lo traicionará (Mc 14,18). El ambiente se llenó de silencio, preguntas y sospechas. “Jesús no condena; muestra que el amor verdadero no puede prescindir de la verdad”, explicó. León XIV subrayó que el lamento de Jesús —“¡Ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado!” (Mc 14,21)— no es una maldición, sino un dolor profundo por la traición: “Son palabras contundentes. Jesús no las pronuncia para condenar, sino para mostrar que el amor, cuando es verdadero, no puede prescindir de la verdad. La habitación del piso superior, donde poco antes se había preparado todo con atención, se llena de repente de un dolor silencioso, hecho de preguntas, de sospechas, de vulnerabilidad. Es un dolor que conocemos bien también nosotros, cuando en las relaciones más queridas se insinúa la sombra de la traición”
La fe no elimina la posibilidad de caer
Los discípulos reaccionaron con tristeza, y esa tristeza, si se acoge, puede convertirse en un espacio de conversión y renacimiento. Lejos de ser un gesto de desconfianza, la pregunta abre la puerta a la conversión, señaló León XIV y agregó que hay que reconocer que el mal es real, pero que no tiene la última palabra, permite entrar en la verdad de un amor que no se rinde. El Papa recordó que la fe no elimina la posibilidad de caer, pero siempre abre la salida de la misericordia. Jesús, aun frente a la traición, sigue confiando y amando. “La salvación comienza cuando reconocemos nuestra fragilidad y dejamos que su amor nos alcance”, afirmó.
““Queridos amigos, esta pregunta – “¿Seré yo?” – es quizá una de las preguntas más sinceras que podemos hacernos a nosotros mismos. No es la pregunta del inocente, sino la del discípulo que descubre su fragilidad. No es el grito del culpable, sino el susurro de quien, aunque queriendo amar, sabe que puede herir. Es en esta consciencia donde inicia el camino de la salvación”.”
«¿Seré yo?»
Nosotros estamos acostumbrados a juzgar. Dios, en cambio, acepta sufrir, dijo, "si renegamos del amor que nos ha engendrado, si traicionando nos volvemos infieles a nosotros mismos, entonces realmente perdemos el sentido de nuestra venida al mundo y nos autoexcluimos de la salvación".
“Jesús no se escandaliza frente a nuestra fragilidad. Sabe bien que ninguna amistad es inmune al riesgo de traición. Pero sigue fiándose. Sigue sentándose en la mesa con los suyos. No renuncia a partir el pan, incluso para quien lo traicionará. Esta es la fuerza silenciosa de Dios: no abandona nunca la mesa del amor, ni siquiera cuando sabe que lo dejarán solo”