“¿Por qué permanecemos apáticos e indiferentes ante las injusticias del mundo?”, fue una de las preguntas para la reflexión que ha dejado el Papa Francisco en su homilía de la misa celebrada este domingo 7 de julio en la Plaza de la Unità D’ Italia, en Trieste, con motivo de la Semana Social de los católicos de Italia.
El Santo Padre recordó al inicio de su reflexión que “para despertar la esperanza de los corazones afligidos y sostener las fatigas del camino, Dios siempre ha suscitado profetas en medio de su pueblo”.
Y se refirió a la experiencia de Jesús que “vive la misma experiencia que los profetas. Vuelve a Nazaret, su patria, entre la gente con la que creció, y sin embargo no es reconocido, incluso es rechazado: Vino entre los suyos, y los suyos no le recibieron (Jn 1,11)”.
Precisado que el rechazo a Jesús, era por su humanidad: “El obstáculo que impide a esta gente reconocer la presencia de Dios en Jesús es el hecho de que es humano, es simplemente el hijo de José el carpintero”.
“Hermanos y hermanas, éste es el escándalo -expresó Francisco-: una fe basada en un Dios humano, que se abaja hasta la humanidad, que se preocupa por ella, que se conmueve por nuestras heridas, que toma sobre sí nuestro cansancio, que se parte como pan por nosotros”.
El escándalo de la fe
E invitando a ponernos ante el Señor y mirando los conflictos sociales de la actualidad, señala el Papa Francisco “que hoy necesitamos precisamente esto: el escándalo de la fe. No de una religiosidad encerrada en sí misma, que levanta la mirada al cielo sin preocuparse de lo que ocurre en la tierra y celebra liturgias en el templo olvidándose del polvo que corre por nuestras calles”.
Explica el Pontífice que “el escándalo de la fe”, es “una fe enraizada en el Dios que se hizo hombre y, por tanto, una fe humana, una fe de carne, que entra en la historia, que acaricia la vida de las personas, que cura los corazones rotos, que se convierte en levadura de esperanza y semilla de un mundo nuevo”.
Agrega además que “es una fe que despierta las conciencias de su letargo, que pone el dedo en las llagas de la sociedad, que plantea interrogantes sobre el futuro del hombre y de la historia; es una fe inquieta, que ayuda a superar la mediocridad y la pereza del corazón, que se convierte en espina clavada en la carne de una sociedad a menudo anestesiada y aturdida por el consumismo. Es, sobre todo -insiste Francisco-, una fe que disipa los cálculos del egoísmo humano, que denuncia el mal, que señala con el dedo la injusticia, que perturba las tramas de quienes, a la sombra del poder, juegan con la piel de los débiles”.
Asegura también el Papa “la infinitud de Dios se esconde en la miseria humana, el Señor se agita y se hace presencia amiga precisamente en la carne herida de los últimos, los olvidados y los descartados”.
El escándalo de las pequeñeces
Por ello, advierte sobre el escándalo innecesario ante las pequeñeces. Y pide por el contario preguntarse: ¿por qué no nos escandalizamos del mal rampante, de la vida humillada, de los problemas del trabajo, del sufrimiento de los emigrantes? ¿Por qué permanecemos apáticos e indiferentes ante las injusticias del mundo?
Exhortó el Santo Padre a ser profetas y testigos del Reino de Dios, en la vida cotidiana. Como “Jesús vivió en su propia carne la profecía de la cotidianidad, entrando en la vida cotidiana y en las historias de la gente, manifestando la compasión de Dios dentro de los asuntos humanos y frágiles de la humanidad herida. Y por eso, algunos se escandalizaron de Él”, dijo.
“Estamos llamados a ser profetas y testigos del Reino de Dios, en cada situación que vivimos, en cada lugar que habitamos”.
Finalizó su homilía en Trieste, invitando a alimentar “el sueño de una nueva civilización fundada en la paz y la fraternidad; no nos escandalicemos de Jesús sino, al contrario, indignémonos ante todas aquellas situaciones en las que la vida es brutalizada, herida y asesinada”.
“Llevemos la profecía del Evangelio en nuestra carne, con nuestras opciones antes que con las palabras”.