En su homilía el Pontífice señaló que, “la experiencia de la fe genera sobre todo un salto ante la vida. Saltar significa ser ‘tocados por dentro’, tener un estremecimiento interior, sentir que algo se mueve en nuestro corazón. Es lo contrario de un corazón aburrido, frío, acomodado a una vida tranquila”.

“Dios es relación y nos visita con frecuencia a través de los encuentros humanos, cuando sabemos abrirnos al otro, cuando hay un salto por la vida del que pasa cada día a nuestro lado y cuando nuestro corazón no permanece indiferente e insensible ante las heridas del que es más frágil”, lo dijo el Papa Francisco en su homilía, en la Santa Misa votiva de la Bienaventurada Virgen María de la Guarda, que celebró este sábado 23 de septiembre, en el Estadio Velódromo de Marsella, en el marco de su 44 Viaje Apostólico a esta ciudad francesa, con ocasión de la sesión conclusiva de los “Encuentros del Mediterráneo”.

María la verdadera Arca de la Alianza

Ante las más de 50,000 mil personas que abarrotaron el Estadio Velódromo de Marsella, el Santo Padre comentó el Evangelio de San Lucas en el que presenta la escena de la visitación de la Virgen María a su prima Isabel; que tiene como trasfondo la narración del 2 libro de Samuel (6,1-15), en el que se menciona que el Rey David danzaba frente al Arca de la Alianza, exultando de alegría por la presencia del Señor.

“María, por tanto, es presentada como la verdadera Arca de la Alianza, que introduce al Señor encarnado en el mundo. Es la joven Virgen que sale al encuentro de la anciana estéril y, llevando a Jesús, se convierte en signo de la visita de Dios que vence toda esterilidad. Es la Madre que sube hacia los montes de Judá, para decirnos que Dios se pone en viaje hacia nosotros, para encontrarnos con su amor y hacernos exultar de gozo. Es Dios, que se pone en camino”.

Dios hace posible aun aquello que parece imposible

En estas dos mujeres, María e Isabel, indicó el Papa Francisco, se revela la visita de Dios a la humanidad: una es joven y la otra anciana, una es virgen y la otra estéril, y sin embargo ambas están encinta de un modo “imposible”. Esta es la obra de Dios en nuestra vida: hace posible aun aquello que parece imposible, engendra vida incluso en la esterilidad.

“Hermanos y hermanas, preguntémonos con sinceridad de corazón: ¿creemos que Dios está obrando en nuestra vida? ¿Creemos que el Señor, de manera escondida y a menudo imprevisible, actúa en la historia, realiza maravillas y está obrando también en nuestras sociedades marcadas por el secularismo mundano y por una cierta indiferencia religiosa?”.

El salto de la fe

En este sentido, el Santo Padre dijo que, hay un modo para discernir si tenemos esta confianza en el Señor. El Evangelio dice que «apenas Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno». Este es el signo: saltar. El que cree, el que reza, el que acoge al Señor salta en el Espíritu, siente que algo se mueve dentro, “danza” de alegría.

“La experiencia de la fe genera sobre todo un salto ante la vida. Saltar significa ser ‘tocados por dentro’, tener un estremecimiento interior, sentir que algo se mueve en nuestro corazón. Es lo contrario de un corazón aburrido, frío, acomodado a una vida tranquila, que se blinda en la indiferencia y se vuelve impermeable, que se endurece, insensible a todo y a todos, aun al trágico descarte de la vida humana, que hoy es rechazada en tantas personas que emigran, así como en tantos niños no nacidos y en tantos ancianos abandonados”.

“Un corazón frío y aburrido arrastra la vida de modo mecánico, sin pasión, sin impulso, sin deseo. Y de todo esto nos podemos enfermar en nuestra sociedad europea: el cinismo, el desencanto, la resignación, la incertidumbre, un sentido general de tristeza. Todo junto: la tristeza, esa tristeza escondida en el corazón. Alguno las ha llamado “pasiones tristes”; es una vida sin sobresaltos”.

El que cree da un salto, tiene una pasión

En cambio, el Papa Francisco señaló que, el que es generado en la fe reconoce la presencia del Señor, como el niño en el seno de Isabel. Reconoce su obra en la sucesión de los días y recibe ojos nuevos para observar la realidad; aun en medio de las fatigas, los problemas y los sufrimientos, descubre cotidianamente la visita de Dios y por Él se siente acompañado y sostenido.

“Frente al misterio de la vida personal y a los desafíos de la sociedad, el que cree da un salto, tiene una pasión, un sueño que cultivar, un interés que impulsa a comprometerse en primera persona. Sabe que el Señor está presente en todo, llama, invita a testimoniar el Evangelio para edificar con afabilidad un mundo nuevo, a través de los dones y los carismas recibidos”.

El salto en la fe genera también un salto ante el prójimo

La experiencia de la fe, además de un salto ante la vida, indicó el Santo Padre, genera también un salto ante el prójimo. En el misterio de la Visitación, en efecto, vemos que la visita de Dios no se realiza por medio de acontecimientos celestiales extraordinarios, sino en la sencillez de un encuentro.

“Dios viene en la puerta de una casa de familia, en el tierno abrazo entre dos mujeres, en el encontrarse de dos embarazos llenos de admiración y esperanza. Y en este encuentro está la solicitud de María, la maravilla de Isabel, la alegría de compartir”.

Dios nos visita a través de los encuentros humanos

Por ello, el Pontífice invitó a recordar que, también en la Iglesia: Dios es relación y nos visita con frecuencia a través de los encuentros humanos, cuando sabemos abrirnos al otro, cuando hay un salto por la vida del que pasa cada día a nuestro lado y cuando nuestro corazón no permanece indiferente e insensible ante las heridas del que es más frágil.

“Nuestras ciudades metropolitanas y los numerosos países europeos como Francia, donde conviven culturas y religiones diferentes, son en este sentido un gran desafío contra las exasperaciones del individualismo, contra los egoísmos y las cerrazones que producen soledades y sufrimientos. Aprendamos de Jesús a conmovernos por quienes viven a nuestro lado, aprendamos de Él que, ante las multitudes cansadas y exhaustas, siente compasión y se conmueve, se estremece de misericordia ante la carne herida de aquel que encuentra”.

“Como afirma uno de sus grandes santos, San Vicente de Paúl: «es preciso que sepamos enternecer nuestros corazones y hacerlos capaces de sentir los sufrimientos y las miserias del prójimo, pidiendo a Dios que nos dé el verdadero espíritu de misericordia, que es el espíritu propio de Dios», hasta reconocer que los pobres son «nuestros señores y nuestros amos»”.

Los tantos “saltos” de Francia

Y al dirigirse al pueblo francés, el Papa Francisco dijo que, pienso en tantos “saltos” de Francia, en una historia rica de santidad, de cultura, de artistas y de pensadores, que apasionaron a tantas generaciones.

“También hoy nuestra vida, la vida de la Iglesia, Francia, Europa necesitan esto: la gracia de un salto, de un nuevo salto de fe, de caridad y de esperanza. Necesitamos recuperar la pasión y el entusiasmo: necesitamos encontrar pasión y entusiasmo, redescubrir el gusto del compromiso por la fraternidad, de seguir corriendo el riesgo del amor en las familias y hacia los más débiles, y de reencontrar en el Evangelio una gracia que transforma y embellece la vida”.

Las “santas utopías” de fraternidad y de paz

Finalmente, el Santo Padre invitó a dirigir la mirada a María, que se incomoda poniéndose en viaje y nos enseña que Dios es precisamente así: nos incomoda, nos pone en movimiento, nos hace “saltar”, como le sucedió a Isabel.

“Y nosotros queremos ser cristianos que encuentran a Dios con la oración y a los hermanos con el amor; cristianos que saltan, vibran, acogen el fuego del Espíritu para después dejarse arder por las preguntas de hoy, por los desafíos del Mediterráneo, por el grito de los pobres, por las “santas utopías” de fraternidad y de paz que esperan ser realizadas”.

Que María cuide a Francia y a toda Europa

El Santo Padre concluyó su homilía rezando junto a los fieles franceses a la Virgen, a Nuestra Señora de la Guardia, para que vele sobre su vida, para que cuide a Francia y a toda Europa y para que nos haga saltar en el Espíritu. Y lo hizo rezando con las palabras de Paul Claudel:

“Está la Iglesia abierta. […] / Sin nada que pedirte, nada que darte. / Sólo he venido, Madre, para mirarte. / Mirarte, llorar de dicha, mostrar así / que soy hijo tuyo y que tú estás aquí. […] Estar contigo, María, donde tú estás. […] / Simplemente porque eres María / porque eres simplemente y siempre estás aquí, / Madre de Jesucristo, ¡gracias a ti!» (cf. «La Vierge à midi», Poëmes de Guerre 1914-1916, París, 1922)”.