En la víspera de su 43º viaje apostólico internacional a la República de Mongolia, este miércoles 30 de agosto el Santo Padre presidió la Audiencia General en el Aula Pablo VI. En esta ocasión, el Pontífice invitó a mirar el testimonio de santa Catalina Tekakwitha, la primera mujer indígena de Norteamérica que fue canonizada.

En su 19ª catequesis del ciclo dedicado a la pasión por la evangelización (el celo apostólico del creyente), Francisco trazó una semblanza de la santa. Nacida hacia el año 1656 en un pueblo del norte del Estado de Nueva York, era hija de un jefe mohawk no bautizado y de una madre algonquina cristiana, que enseñó a Catalina a rezar y a cantar himnos a Dios.

La fe en la familia

El Obispo de Roma puntualizó que muchos de nosotros también fuimos presentados al Señor por primera vez en el ámbito de nuestras familias, sobre todo por nuestras madres y abuelas. 

"Así comienza la evangelización y, en efecto, no olvidemos esto, que la fe se transmite siempre en dialecto, por las madres, por las abuelas. La fe hay que transmitirla en dialecto y nosotros la recibimos en este dialecto de las madres y de las abuelas", agregó.

El Sucesor de Pedro subrayó que la evangelización comienza a menudo así: con gestos sencillos, pequeños, como los padres que ayudan a sus hijos a aprender a hablar con Dios en la oración y les hablan a ellos de su amor grande y misericordioso. “Las bases de la fe de Catalina, y a menudo también para nosotros, se pusieron de este modo”, añadió. "Ella la había recibido de la madre en dialecto, el dialecto de la fe".

El Papa explicó que, cuando Catalina tenía cuatro años, una grave epidemia de viruela azotó a su pueblo. Tanto sus padres como su hermano menor murieron y la misma Catalina quedó con cicatrices en su rostro y problemas de visión.

Soportar las cruces cotidianas con paciencia

A partir de ese momento Catalina tuvo que enfrentarse a muchas dificultades: ciertamente las físicas debidas a los efectos de la viruela, pero también las incomprensiones, las persecuciones e incluso las amenazas de muerte que sufrió tras su bautismo el domingo de Pascua del 1676.

Como bien observó Bergoglio, todo esto hizo que Catalina sintiera un gran amor por la cruz, signo definitivo del amor de Cristo, que se entregó hasta el final por nosotros. En efecto, el testimonio del Evangelio no consiste sólo en lo que es agradable; también debemos saber llevar nuestras cruces cotidianas con paciencia, con confianza y esperanza. 

Apartándose del texto escrito, manifestó:

"La paciencia, frente a las dificultades, a las cruces: la paciencia es una gran virtud cristiana. Quien no tiene paciencia no es un buen cristiano. La paciencia de tolerar: tolerar las dificultades y también tolerar a los demás, que a veces son tediosos o te ponen en dificultades".

Es propio de la santidad atraer

El Papa acotó que la vida de la santa nos muestra que todo desafío puede superarse si abrimos nuestro corazón a Jesús, que nos concede la gracia necesaria: paciencia y corazón abierto a Jesús, esta es la receta para vivir bien".

El Santo Padre prosiguió diciendo que tras ser bautizada, Catalina tuvo que refugiarse entre los mohawks en la misión jesuita cercana a la ciudad de Montreal. Allí asistía a misa todas las mañanas, dedicaba tiempo a la adoración ante el Santísimo Sacramento, rezaba el Rosario y llevaba una vida de penitencia.

Estas prácticas espirituales suyas impresionaban a todos en la Misión; reconocían en Catalina una santidad que atraía porque nacía de su profundo amor a Dios. "Es propio de la santidad atraer. Dios nos llama por atracción, nos llama con ese deseo de estar cerca de ella porque Dios atrae y ella sintió esa gracia de la atracción divina", afirmó.

Al mismo tiempo, enseñaba a rezar a los niños de la Misión y, mediante el cumplimiento constante de sus responsabilidades, incluido el cuidado de los enfermos y de los ancianos, ofreció un ejemplo de servicio humilde y amoroso a Dios y al prójimo.

"Siempre la fe se expresa en el servicio. La fe no es para maquillarse a sí mismos, el alma, no; es para servir", sostuvo.

Aunque la animaron a casarse, Catalina, en cambio, quería dedicar su vida por completo a Cristo. Imposibilitada a entrar en la vida consagrada, hizo voto de virginidad perpetua el 25 de marzo de 1679, solemnidad de la Anunciación.

Todo cristiano está llamado a comprometerse diariamente con corazón indiviso

"Su elección, continuó Francisco, revela otro aspecto del celo apostólico: la entrega total al Señor. Por supuesto, no todos están llamados a hacer el mismo voto de Catalina; sin embargo, todo cristiano está llamado a comprometerse diariamente con corazón indiviso en la vocación y en la misión que Dios le ha confiado, sirviendo a Él y al prójimo con espíritu de caridad".

Para el Papa, la vida de Catalina es un testimonio más de que el celo apostólico implica tanto una unión vital con Jesús, alimentada por la oración y por los sacramentos, como el deseo de difundir la belleza del mensaje cristiano a través de la fidelidad a la propia vocación particular.

Al concluir su mensaje, el Pontífice recordó las últimas palabras de Kateri, que definió como "bellísimas": "Jesús, te amo".

Y enfatizó:

"Por tanto, también nosotros, tomando fuerza del Señor, como hizo santa Catalina Tekakwitha, aprendemos a realizar acciones ordinarias de modo extraordinario y así a crecer cada día en la fe, en la caridad y en el testimonio fervoroso de Cristo. No nos olvidemos: cada uno de nosotros está llamado a la santidad, a la santidad de todos los días, a la santidad de la vida cristiana común. Cada uno de nosotros tiene esta llamada: sigamos adelante en este camino. El Señor no nos fallará".