El obispo de San Isidro, monseñor Oscar Ojea, señaló que el Evangelio dominical propone una contraposición entre la fe y el miedo, al explicar que “Jesús después de la multiplicación de los panes decide quedarse en una de las orillas del mar de Galilea y hacer oración, estar a solas con el Padre; revisar todo lo que había pasado con él, hablarlo con él y manda a los discípulos a la otra orilla”.

“Ellos (los discípulos) solos, sin Jesús, sufren la tempestad y aquí aparece por primera vez el miedo”, graficó, y añadió: “Jesús viene caminando sobre las aguas, pero el miedo es tan grande que creen que es un fantasma; de este miedo participa, por supuesto, Pedro y, sin embargo, Pedro se anima, en un segundo momento, a decirle a Jesús: ‘Señor si eres tú déjame a mí caminando hacia ti ir hacia ti caminando sobre las aguas’”.

El prelado sanisidrense precisó que “es como si Pedro quisiera volver a escuchar el llamado de Jesús, es como si tuviera nostalgia de ese primer llamado ya que Jesús lo invita a venir; pero nuevamente Pedro deja de mirar al Señor y entonces vuelve a caer el miedo vuelve a aparecer, pero Pedro nuevamente se agarra de Jesús”

“Tantas veces hemos tenido miedo en nuestra vida; de chicos a algunos nuestro papá nos decía: ‘agárrate de mí, agárrate fuerte, no tengas miedo’, o sino ‘mírame, mírame, mírame que no vas a tener miedo’; muchas veces nos ha pasado cuando hemos experimentado el temor desde chicos”, profundizó. 

“Aquí también aparece Jesús invitándonos a la confianza, a depositar toda nuestra seguridad en Él, a ponernos en sus manos, a no dejar que nuestra seguridad se escurra entre nuestros dedos”, destacó, y completó: “El Evangelio concluye con un acto que engrandece nuestra pequeñez: ‘se postraron delante de Él; verdaderamente eres el hijo de Dios’. Qué necesidad tenemos desde nuestra pequeñez de adorar”.

Monseñor Ojea recordó que el Papa Francisco “insiste muchísimo en la adoración. Allí postrados o de rodillas manifestamos realmente lo que somos; necesitamos totalmente del Señor”.

“Muchas veces como el pueblo elegido en el desierto añoraba las cebollas de Egipto, también nosotros añoramos un modo de seguridad cuando estamos atacados por la tempestad, pero, sin embargo, ese miedo nos conduce a la esclavitud como al pueblo judío también esa nostalgia lo conducía a la esclavitud”, ejemplificó.

“El Señor en cambio nos conduce a la libertad, nos invita a mirarlo, a tomarnos de su mano, a adorarlo para poder encontrar nuestra verdadera seguridad en Él. La fe vence al miedo, la fe nos llena de coraje, la fe nos anima a ser posible lo imposible porque está Él al lado nuestro dándonos toda la garantía de su amor, de su presencia y de su seguridad”, concluyó.